Utopías

¿A quién no le gustan las utopías? En cada uno de nosotros habita un optimista empedernido, un soñador que ambiciona un mundo sin violencia, corrupción, hambre, etc. Hay quien sueña un mundo sin gobiernos, fronteras, estados o ejércitos. Cada uno tiene sus favoritas. Saramago incluso defendía su utilidad en su célebre “utopía” que decía:

Ella está en el horizonte.
Me acerco dos pasos,
ella se aleja dos pasos más.
Camino diez pasos
y el horizonte se corre
diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine
nunca la voy a alcanzar.
¿Para qué sirve la utopía?
Sirve para eso:
para caminar.

Hoy me quiero centrar en otras utopías nada útiles o bonitas, que no nacen de anhelos sino de intereses dañinos, deformaciones de la realidad o absurdas simplificaciones. Son las utopías de aquellos que pretenden perpetuar comportamientos ilógicos convencidos de que no existirán efectos secundarios. Embellecen cuentas bancarias y balances empresariales malgastando absurdamente recursos irremplazables, contaminando agua, aire o tierra que ha de dar el soporte vital no solo a nosotros sino a aquellos que vendrán detrás y no tendrán tanta suerte como nosotros.

¿No es acaso una utopía pretender arrasar bosques y fauna sin consecuencias? ¿No lo es pretender diluir en la atmósfera y océanos toneladas de productos químicos sintéticos, metales pesados y venenos sin que retornen a nosotros en el agua que bebemos, aire que respiramos o alimentos que comemos? Generamos ingentes cantidades de basura pero nadie quiere un vertedero cerca de casa, como podemos ver ahora con fuertes conflictos en la Pobla del Duc o El Campello. Consumimos toneladas de petróleo, pero no queremos prospecciones o pozos cerca de casa como vemos en Columbretes o Canarias. Queremos comprar barato pero nos espanta la esclavitud de menores en Asia o el paro que genera el cierre de nuestras empresas textiles, del calzado o jugueteras. El problema puede verse claramente en el tema de los residuos plásticos en el mar, que están menguando dramáticamente la población de cetáceos (hasta un 90% menos en 30 años según algunas fuentes) y otros animales y aves marinas ¿No somos unos ilusos por creer que nuestros actos o costumbres no tienen consecuencias?

 Nunca ha existido una población tan alta en la tierra y nunca hemos tenido esta capacidad de consumo ni esta tecnología capaz de producir, consumir recursos y de contaminar a escala planetaria. Pisamos terreno nuevo. No existen precedentes y no tenemos experiencia pero pretendemos seguir acelerando sin consecuencias. Esta nueva potencialidad requiere responsabilidad para su uso.

Ni Henry Ford con su coche y ni la factoría de helados de Alzira en los 70 podían ser una amenaza global, pero mil millones de coches y diez millones de fábricas sí que lo son, y el deterioro avanza mucho más rápido de lo que pensamos. Es hora de cuestionar y actuar en consecuencia.

Voy a cerrar con otra frase del gran Galeano “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”

La isla de plastico, el septimo continente: http://youtu.be/MDwQv-1bIts 

Un pensament sobre “Utopías

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